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Cuando ya supo con toda seguridad cuál era su nuevo destino, se tranquilizó pensando que al menos le pudiera haber resultado mucho más desconocido. Aurora aterrizó en La Plata (provincia de Buenos Aires) tras haberse casado años atrás con un argentino, vivir con él en Barberà del Vallès (su lugar de nacimiento) y después de haber abierto juntos un bar restaurante al que pusieron de nombre Café Buenos Aires, en honor a la tipología de su oferta culinaria. Para su pareja aquello fue como cerrar un ciclo de ida y vuelta. Pero ella, en cambio, acababa de lanzarse por primera vez al vacío.

 

El cierre del negocio a causa de la crisis, de hecho, sería el punto de partida que obligaría a Aurora y a los suyos a iniciar una nueva página en sus vidas. Una página que se escribiría a 40.000 kilómetros de distancia de las anteriores. Un lugar al que ella se unía tras ya haber establecido algunos lazos comunes, de acuerdo. Pero un nuevo hábitat, al fin y al cabo. Una realidad a la que no tenía más remedio que acostumbrarse ella sola, “porque al fin y al cabo eres tú, y solo tú, la que debe levantarse cada día”.

 

Aunque precisamente el reto que le planteó la solitud ante las nuevas circunstancias también acabó constituyendo uno de los grandes logros de su aventura. “Más allá de cualquier expectativa económica, este viaje me ha permitido conocerme mucho más a mí misma; saber dónde están mis límites, y al mismo tiempo, en que otras cosas no tengo barreras”. Estos días ha vuelto a Barcelona empujada por la enfermedad de su padre. Aunque no tardará en volver a cruzar el charco. Su día a día, como el de tantas otras personas, está hoy en otra parte.

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